Hoy los de arriba han bajado a la bodega y me han obsequiado con media botella de ron y unos tranchetes. Les divierte tener un polizonte, y a mí me divierte que me alimenten. Aprovecho su compañía para preguntar si entre la tripulación hay alguien oriundo de Yirona. Odio Yirona, y si entre ellos hubiera alguien de Yirona me vería obligado a matarlo u obligaría al tipo en cuestión a matarme a mí. Sí, detesto esa ciudad y a la mayoría de sus habitantes, por hipócritas, orgullosos, provincianos y puros. Puros como los nazis. Todas las relaciones que he tenido con gente de esa inmunda ciudad han resultado insatisfactorias, y han allanado el camino de mi odio. La tripulación me ha asegurado que nadie es de Yirona, que Yirona ni siquiera existe, que la idea de esa ciudad es sólo un delirio de polizonte, y se han mirado fijamente a los ojos, como quien quiere comunicar verdades secretas y urgentes delante de un niño impertinente o ante un loco. Luego se han ido.
Es curioso que sólo en alta mar pueda expresarme con tanta claridad, entre el rugido de las máquinas y los pasos metálicos de alguien que se pasea desordenadamente por la cubierta. Digo desordenadamente porque los pasos se acercan y se alejan y vuelven a acercarse y vuelven a alejarse y ahora los pasos se dirigen a babor y ahora a estribor y el tío de los pasos perdidos de pronto grita ¡tierra, tierra! Y luego los pasos perdidos se aceleran y corren a dar la noticia (falsa, por supuesto) a algún mando superior y luego se oyen risas y burlas.
Por el ojo de buey no se distingue el cielo del mar. Me masturbo un ratito.
Por el ojo de buey no se distingue el cielo del mar. Me masturbo un ratito.
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